Durante la revolución mexicana se quiso obligar a joven a que renegase a Cristo, mas él ratificó su fe.
Atado a la cola de un caballo, fue arrastrado por las calles, hasta que, sangrante y moribundo, fue a parar a la puerta de su casa.
Bajó su madre y, viendo agonizar a su hijo, le dijo:
– Hijo mío, recoge tus fuerzas y que tus últimas palabras sean una aclamación fervorosa a Cristo.
Y de los labios del joven salió un vibrante:
– ¡ Viva Cristo Rey !
Homenaje de su vida por Él hasta el sacrificio…
Seamos nosotros también testigos de Cristo en nuestra vida y nuestra muerte.
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